El viento vuelve a soplar en Chicago


El viento vuelve a soplar fuerte en Chicago tras más de una década de reconstrucción, ilusiones frustradas y muchos quebraderos de cabeza por parte de la franquicia para poder llegar a encandilar, una vez más, a todo el estado de Illinois. DeRozan, Lavine, Caruso y Ball tienen buena culpa de que el equipo se mantenga por ahora en el segundo puesto de la conferencia Este.

Por supuesto que, tanto para el aficionado experimentado como para el fan menos relacionado con el baloncesto, es inevitable mencionar a “los Bulls de Jordan” cuando se habla de tiempos mejores.
Esos mismos Bulls que consiguieron dos Threepeat (tres títulos consecutivos), y pusieron a la ciudad de Chicago en el epicentro del mundo del baloncesto durante la prolífica década de los 90, en la que ya habían comenzado a sonar por todo el globo palabras como Showtime, Slam Dunk o MVP.


Y es que los Bulls de Jordan no eran, como se dice coloquialmente, “moco de pavo”. MJ podía ser luchador, desafiante, duro, e incluso tenía fama de severo y difícil de tratar. Por otro lado, fue el mejor jugador que el baloncesto ha podido conocer hasta la fecha, y guiado por el talante y el espíritu del triángulo ofensivo de Phil Jackson, consiguió llevar a un excelente grupo de jugadores a las cotas más altas de la historia del baloncesto, haciendo que todo el planeta reconociese los nombres de Scottie Pippen, Dennis Rodman y compañía.
No olvidemos que, durante mucho tiempo, la plantilla de la temporada 1995-96 ostentaba el récord histórico de victorias en una sola temporada, con 72. Todo esto, antes de que llegase un tal Stephen Curry y, de la mano del ex-Bull Steve Kerr en 2016, rompiese con ese preciado registro tras alcanzar el, hasta ahora vigente 73-9.


Es cierto que pasaron demasiados años para que el equipo al oeste del lago Michigan volviese a carburar pero, en 2003, y con la llegada de Kirk Hinrick (nº7 en el mismo draft del que salieron LeBron, Carmelo y Wade) la franquicia empezó poco a poco a recuperar el espíritu competitivo. De hecho, para la temporada 2006-07, el equipo formado por el propio Hinrich, Nocioni, Ben Wallace y Luol Deng, tras alcanzar las semifinales de conferencia antes de caer contra Detroit por 2-4, ya daba pistas sobre lo que podría llegar.
Y entonces, llegó.

Derrick Rose aterrizó en el aeropuerto de O’Hare para, no solo cambiar la percepción del juego en La ciudad del Viento, si no en toda la NBA. Su desparpajo, fuerza, potencia y lectura del juego contrastaban de una manera exquisita con su cultura de esfuerzo, responsabilidad y humildad que hasta la fecha le han caracterizado.
Este chico de Englewood, uno de los barrios más peligrosos de la ciudad de Chicago, se hizo con el galardón a Rookie of the Year. Y, tan solo 2 temporadas después, con tan sólo 22 primaveras, se alzó con el MVP de la liga tras un apoyo casi unánime del jurado (113 votos de 120). Esa campaña, los Bulls cayeron contra Miami en las finales de conferencia con un equipo que contaba con Boozer, Noah, Korver, e incluso un jovencísimo Taj Gibson. Todo eso fue antes de la desgarradora lesión de D-Rose el año siguiente, cuando la franquicia tuvo que volver a reinventarse.


Ya sabemos que la NBA está diseñada para el performance de los equipos de la liga sea cíclico. Es decir, que a lo largo de 10 años y con las posibilidades que ofrece la institución en calidad de elecciones de draft y posibles intercambios, cualquier equipo que esté haciendo bien las cosas puede alcanzar un puesto relevante a final de campaña durante alguna de esas temporadas de la década. Y resulta que este año en Chicago se han hecho muy bien las cosas.

En esta reciente pretemporada, el equipo de Illinois ha cerrado los traspasos de Vucevic -proveniente de Orlando-, Lonzo Ball -desde New Orleans-, DeRozan – un veterano de lujo desde San Antonio-, y la pieza defensiva tan necesaria en los equipos campeones de los últimos años, como es Alex Caruso. Estas incorporaciones, unidas a las de algunos jugadores de rol y bajo el abanico de puntos que genera un motivado Zack Lavine, están dando como resultado uno de los comienzos de temporada más ilusionantes que se ha vivido en la ciudad que vio nacer a Harrison Ford.

Si bien es cierto que cada uno de los fichajes ha ido modificando su juego en pro del resultado colectivo del equipo, también varios de ellos han desarrollado competencias y responsabilidades que en sus anteriores equipos no asumían, impactando muy positivamente activando los engranajes y sinergias del conjunto en pista.

Pero este factor no se hubiera poder dado sin el volantazo que ha dado la franquicia en cuanto a política de traspasos, con su correspondiente riesgo añadido. La anterior directiva Bull era reticente a grandes cambios, apostando por una continuidad y balance a medio largo plazo que le pudiera dar un control pausado sobre las transacciones y negociaciones contractuales de la plantilla.

Eso, por supuesto, fue antes de la llegada de Marc Evansley como nuevo General Manager, quien, tras un año en el cargo, ha decidido poner en práctica toda su experiencia en Nike y como asistente de Brian Colangelo tanto en Toronto, como en Washington o Philadelphia. Ha atacado frentes de renovación y ha sabido jugar muy bien las cartas que poseía la franquicia, desempolvando algunas elecciones que llevaban tiempo desaprovechadas, sobre todo si vemos la calidad de las últimas hornadas de draft que hemos tenido en los últimos años.

Por ahora, el récord en Chicago se mantiene en un 12-6, manteniendo un parcial en los últimos 10 partidos de 6-4. A partir de este momento empezarán los bailes de descanso para los jugadores durante los periodos de mayor acumulación de partidos, se verá qué fondo de armario maneja Billy Donovan y la motivación de cada uno de estos jugadores de rol. Pero, ante todo, se verá el Clutch (determinación para finalizar partidos) de cada una de estas nuevas apuestas para llevar a la franquicia al lugar donde los más nostálgicos querrían ver de nuevo.

Las finales de la NBA.

Post Javier Navarro

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