El día que el Rey reclamó su corona


Ayer LeBron James volvió a dar un golpe en la mesa frente a todos sus detractores con un mensaje muy claro: “Soy el mayor anotador de la historia”

Sin duda alguna, tras la consecución de 38.390 puntos y la consecuente superación al mítico Kareem Abdul Jabbar en la tabla de anotadores históricos, estos días se reabrirá el debate (si es que en algún momento se ha cerrado) de si Jordan, LeBron, Kobe o algún otro ilustre invitado es el mejor jugador de toda la historia del baloncesto. Afilados argumentos volarán por cada rincón del mundo aludiendo al clutch time, la ambición, el momento o las defensas que enfrentaba cada uno de los protagonistas.

Pero hoy no hablaremos de terceras personas. Hoy es el día del Rey.

Un día ganado a pulso durante las consistentes 20 temporadas que el de Akron ha ofrecido a todo amante de este deporte. Y cuando alguien ofrece tal proeza, lo mejor que podemos hacer es poner nuestra atención por completo en el héroe.


Ayer, el 6 de los Lakers superó una vez más todas las expectativas que cualquier aficionado al baloncesto podía tener sobre este chico del sur de Cleveland. Y no hablamos de palabras menores, pues LeBron ya era objeto del foco mediático años antes de que fuera elegido con el número 1 en el Draft de 2003 ya que, durante su estancia en los Fighting Irish, los periodistas deportivos escribían sobre sus partidos y proyecciones, cual juglar entonando cánticos de proezas y anhelos del pueblo sobre el héroe de turno en tiempos medievales.

La superioridad mostrada por este musculado adolescente resultaba insultante para esas ligas menores, y mientras que el apellido James se cargaba de significado, los scouts de las universidades con más entidad del país preparaban unas jugosas condiciones que añadir a la beca que le ofrecerían al ya por entonces nombrado “Sucesor de Jordan”.

Quizá sonase muy pretencioso a día de hoy, pero en ese momento LeBron estaba promediando 31 puntos, 9.6 rebotes, 4.6 asistencias y 3 robos por partido, jugando partidos que se estaban televisando a nivel nacional, e incluso por cadenas de “pago por visión”. Algo nunca antes visto para un jugador de instituto.


Pero no convirtamos este artículo en una cronología de eventos en la vida de LeBron James.

El de Ohio se convirtió ayer en el máximo anotador de la historia y, pese a que a buena parte del aficionado del baloncesto puro le pueda llegar a molestar, el Rey no ha conservado su apodo durante todo este tiempo tan sólo debido a su sonrisa y su temperamento conciliador.

La ahora estrella de los Lakers ha sabido jugar sus cartas durante todas y cada una de las temporadas que ha permanecido en la liga ya que, tanto en el aspecto físico, como mental o social, ha sabido moverse de manera inteligente por la liga.

Porque LeBron no es un “killer”. No necesita ese constante sentimiento de venganza, esa necesidad de crearse enemigos o esa desmesurada hambre de ser siempre el héroe del partido para ponerse a funcionar. Y eso, querido lector, es una de las lecciones más importantes que nos ha dejado el hasta ahora 4 veces campeón de la NBA y 4 veces MPV de la liga regular.

Todos los aficionados de nuestra generación hemos tenido como ídolos a personas con un hambre insaciable. Personas a los que la vida les debía algo y solo ellos podían reclamarlo con esfuerzo, trabajo y galardones. Aquí cada uno reivindicaba lo suyo, y gracias a eso se forjaban rivalidades legendarias que convertían los All Star en un asunto de Estado.



Sin embargo, la facilidad que tiene King James para relacionarse es casi tan impresionante como su capacidad anotadora, pues ya sea por su carisma, su curiosidad o por su inagotable constancia en el gimnasio, “Bron” se convertía en un foco de atención allá por donde fuese, ganando adeptos de cara a sus posibles traspasos, pero también defensores cuando de hablar de grandeza se trataba. Y eso amigos, es inteligencia emocional bien canalizada.

Pero tal cantidad de puntos no se logran teniendo una buena agenda de contactos, curiosidad o fuerza física. Durante todos estos años LB ha aprendido el valor de dosificarse y la importancia de ceder minutos, e incluso partidos con el objetivo de lograr la mayor longevidad en su carrera.

De hecho, cuando llegas a una cierta edad, dejas de correr tanto en la pista. Empiezas a leer mejor el juego, los espacios, los tiempos y te empiezas a colocar en pista de un modo en el que, si tienes esa aura, tu mera presencia en el perímetro ya constituye una amenaza.



Nuestro protagonista ha aprendido de los mejores, ha competido contra los mejores y entrenado con los mejores. Además, durante todo este recorrido, también ha comprendido como está evolucionando el juego. Desde las constantes penetraciones de Iverson, los incontestables mates de Vince Carter, los legendarios fadeaway de Kobe y las asfixiantes defensas de Bruce Bowen, hasta el small ball con equipos sin pivots y un Stephen Curry haciendo añicos, a base de triples, las reglas del juego que todos conocíamos hasta la fecha.

Su adaptabilidad es otra de sus grandes fortalezas. Consigue mimetizarse con cada tendencia que marcaba el juego de la época, se aprovechaba del entorno y las posibilidades que ofrecían los equipos, a la vez que iba añadiendo movimientos, jugadas y recursos a su ya extenso repertorio ofensivo y defensivo. Pues el Sr. James no es sólo un jugador de ataque, y eso también lo ha demostrado a lo largo de su carrera.

Por eso su récord tiene este valor.


Ayer, ese muchacho de una humilde localidad de Cleveland miraba atónito a la persona en la que se había convertido, y como si de una reconciliación con el pasado se tratase, LeBron se frotaba los ojos para limpiarse las lágrimas tras ser aclamado por uno de los estadios y aficiones más emblemáticos de la NBA.

Una marea de púrpura y oro se alzaba aclamando al Elegido, pero entre tanto fanático anónimo, el jugador de 38 años sabía que también se había ganado el respeto de todos sus compañeros de oficio, de leyendas de ayer, pero también de las estrellas del presente, sin importar la disciplina, creencia o lugar del mundo desde el que le estuvieran viendo.

Pero sobre todo de una persona.


Abdul Jabbar entregó ayer el balón a LeBron como un gesto que simboliza la cesión de su legado. Un legado que ahora ha de seguir agrandando sirviendo de ejemplo a nuevas generaciones. A partir de hoy, su tarea consistirá en hacer honor a su recién alcanzado estatus durante todo lo que le quede de carrera, hasta que la llegada del próximo Elegido nos regale un momento como el que vivimos ayer en el Crypto.com Center de Los Ángeles.

Entonces, y solo entonces El Rey cederá su corona.

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