El Milán de Sacchi


Cuando se habla de los mejores equipos de la historia del fútbol, el AC Milan de Arrigo Sacchi (1987-1991) siempre aparece mencionado en la conversación. En apenas cuatro años, el club italiano dominó el mundo del fútbol, ganando trofeos y sometiendo rivales a su antojo. Una Serie A, dos Copas de Europa, dos Copas Intercontinentales, 2 Supercopas Europeas y una Supercopa de Italia constituyen un palmarés producto de la comunión entre grandes futbolistas y el trabajo de un entrenador visionario, inconformista y revolucionario.


Italia siempre ha vivido acompañada del término catenaccioSu fútbol ha estado a la sombra de las reticencias ofensivas y la acumulación de defensas por detrás del balón. A lo largo de los años se ha acusado de ese afán resultadista a todos los equipos italianos, pero como en cualquier generalización, existen ciertas excepciones. El Milan de finales de los 80 y comienzos de los 90 es una de ellas. Un equipo cuya habilidad defensiva fue empleada para desplegar un torrente de recursos en ataque que le permitió elevarse hasta la categoría de leyenda. Pero no una cualquiera, sino una que quizá le sitúe entre los cinco equipos más grandes de todos los tiempos.

Más allá de los títulos obtenidos o los jugadores en nómina que se sucedieron por el conjunto rossonero, en el reciente recuerdo permanece un fútbol de alta escuela, con conceptos pioneros que dieron una vuelta de tuerca más a este deporte, y una filosofía de juego compleja a la par que atractiva. Su defensa en zona, la presión adelantada la ocupación de los espacios en ataque marcaron la seña de identidad en un equipo surgido del cerebro de un genio de los banquillos: Arrigo Sacchi. Nuestro protagonista de hoy. 


Poco antes de su llegada, Silvio Berlusconi aterrizaba en Milanelo para recuperar a un equipo azotado por los escándalos y los fracasos deportivos. Dispuesto a colocar al Milan entre los más grandes, Berlusconi realizó el esfuerzo económico necesario para reflotar al gigante italiano. Sin embargo, faltaba un talento en el banquillo que supiera encajar todas las piezas y liderara con personalidad un proyecto ambicioso. Esa punta del iceberg llegó en un partido de Copa donde, un recién ascendido Parma protagonizaba el primer revés de la "era Berlusconi". Al finalizar el encuentro, el mandatario preguntó a un ayudante: "¿Cómo se llama el entrenador del Parma?" "Arrigo Sacchi"- repuso-. "¿Arrigo qué?". Jamás se le volvería a olvidar ese nombre. Ahí arrancaba el mejor Milan de la historia.


Un equipo al que llegaron Galli de la Fiorentina, Donadoni de la Cremonese, Colombo del Avellino, Ancelotti de la Roma, Virdis de la Juve o Evani de la Sampdoria. Pero hubo tres incorporaciones que marcaron, por encima del resto, el destino de este Milan. Un trío de holandeses que pusieron la nota exótica y distintiva. El factor diferencial que distingue a los buenos equipos de los eternos. Ruud Gullit, del PSV, Frank Rijkaard y Marco Van Basten, del Ajax, completaron un equipo de ensueño en el que la gente de la casa como Baresi o los jóvenes Maldini, Costacurta y Tassoti añadieron el sentimiento, el orden y el compromiso.

En el Milan hizo realidad uno de sus principales postulados: crear una cultura de equipo. Para ello tuvo que dedicar muchas horas de entrenamiento y convencimiento; quería que sus futbolistas dejaran de lado la histórica mentalidad italiana de defender cerca de su propia área para transformarse en jugadores proactivos que atacaban la ofensiva del oponente. En su autobiografía, definía su idea: “El fútbol que yo quería era activo también en la fase defensiva; los jugadores debían ser protagonistas gracias a la presión”.

Sacchi educó a sus delanteros en las labores de presión sobre los rivales y a sus defensores centrales en la salida y conducción del balón. Esto apoyado en un sólido 4-4-2 en el que todos los futbolistas estaban obligados a comprender la relación tiempo-espacio para obtener superioridades posicionales y númericas.

El entrenador italiano insistió en que su equipo fuese un bloque corto, con no más de 25 metros de distancia entre la línea defensiva y la delantera. De esta manera, el pressing no representaba un gran esfuerzo físico para sus futbolistas y permitía que aquellos que estaban detrás de la línea de presión se organizasen para actuar de forma inmediata en caso de que el oponente superase esa primera línea de presión. Esto, además, dificultaba de sobremanera que el rival pudiese encontrar con facilidad opciones de pase.


El resultado fue un colectivo magistralmente coordinado, con un Baresi imperial en la retaguardia que ordenaba la presión a la voz de ¡¡Milán!!, un tridente en el mediocampo donde Rijkaard ponía la cordura táctica aderezada de elegancia, y una conexión arriba en la que el despliegue físico y la amplitud de recursos de Gullit acompañaban al mayor genio de los once, Marco Van Basten. El genial delantero tulipán era un virtuoso del remate. Pocos puntas en la historia han gozado de tantas alternativas para acabar las jugadas. Muy pocos.

En el primer año con Sacchi al frente, ese Milan alzó el 'Scudetto' y la Supercopa de Italia. En el torneo doméstico, con Van Basten lesionado durante gran parte del curso, consigue mantenerse al ritmo del Nápoles de Maradona hasta las últimas jornadas. A falta de tres, y con delantero referencia ya recuperado, superó por fin en la clasificación al equipo del "Pelusa" ganándole en su propia casa por 2-3, con un doblete Virdis y otro tanto de Van Basten.


La gesta despiertó el optimismo milanista de cara al gran reto que esperaba la próxima temporada: la Copa de Europa. El objetivo es ambicioso y merece plena dedicación. Los jugadores pasan ocho horas en Milanelo y se entrenan en doble sesión, cuatro horas de balón y físico y cuatro horas de entrenamiento táctico. Se despertaban pensando en fútbol y se acostaban pensando en fútbol.

Preparados para lidiar con las grandes potencias europeas, el Milan sufrió en los inicios ante un gran Estrella Roja y un correoso Werder Bremen. A partir de ahí, llegó la exhibición. Vapuleó en un partido histórico al Madrid de la "Quinta del Buitre" con una manita grabada a fuego en el corazón de los merengues y, en la final, se paseó ante el Steaua de Bucarest de Lacatus y Hagi (4-0) con sendos "dobletes" de Gullit y Van Basten. Muy pocas veces se vio ganar a un equipo de la máxima competición continental con la suficiencia que lo hizo el de Sacchi.


En ese momento dulce, competiciones como la Supercopa de Europa (ante el Barcelona) o la Copa Intercontinental (frente al Atlético de Nacional colombiano) aumentan el palmarés y prolongan el misticismo de un conjunto que enamoraba allá por donde pasaba. Curiosamente, la mayor competencia la encuentra en la Serie A, donde el Inter y el Nápoles consiguen romper momentáneamente su hegemonía.

Y lo consiguen, entre otras razones, por la prioridad que desde el club se da a la competición europea. Como vigente campeón, el Milan volvió a saborear la gloria en el torneo más importante. De nuevo caminaron con paso firme por los grandes estadios del resto del continente y el Madrid de la "Quinta", nuevamente, o el siempre difícil Bayern de Múnich, se echan a un lado en el trayecto hacia un nuevo título. En Viena, ante el Benfica de Eriksson, un solitario tanto de Rijkaard es suficiente para que el Milan logre su segunda Copa de Europa consecutiva.


Vuelven a caer la Supercopa de Europa (ante la Sampdoria) y la Intercontinental (ante el Olimpia de Paraguay) pero la "era Sacchi" tocaba a su fin. Hay quien dice que esa etapa finalizó el día en el que los focos del Velodrome se apagaron. El Milan iba camino de su tercera Champions pero el Marsella se interpuso en su inmaculada trayectoria. Tras el 1-1 en Italia, el equipo de Sacchi caía por 1-0 cuando parte del terreno de juego se quedó a oscuras. Se detuvo el choque y el Milan, en señal de protesta, decidió no saltar al campo. La eliminatoria se le dio por perdida y las críticas no se hicieron esperar. Una decisión un tanto radical y desacertada. 


Saccchi hizo las maletas rumbo al combinado nacional y Capello heredó un equipo perfectamente estructurado y con el gen de campeón. Pero ya no fue lo mismo. Los títulos cayeron por su propio peso, pero con otros jugadores y un estilo nuevo. Fue la inercia ganadora, pero sin el sello Sacchi. Arrigo posteriormente siguió su carrera como entrenador y como Director Deportivo. Carrera que le trajo a España en dos ocasiones: Como entrenador con el Atlético de Madrid con la que no tuvo una buena etapa, y como directivo en el Real Madrid de los "Galácticos". Eso sí, Sacchi siempre dejaba su huella allá donde iba, por eso actualmente y ya retirado, es admirado y querido en todas partes. 


Post Daniel Moreno
@DMTorrejon


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