Andrés Escobar: El caballero de la cancha murió dos veces
En el mes de julio de este año 2024 se cumplirán 30 años desde aquella fatídica noche que se llevó al protagonista de nuestra historia, Andrés Escobar Saldarriaga. Recuerdo todavía con asombro aquel Mundial en los Estados Unidos, tenía 13 años y aún no estaba consciente de lo que realmente sucedía alrededor de tal acontecimiento.
Aquel 22 de junio en el Rose Bowl de Pasadena, en Los Ángeles, California, el mismo estadio donde Roberto Baggio fallará desde los 11 metros en la tanda de penaltis contra Brasil en la final, una sombra oscura sigue la selección de los Cafeteros entrenada por Francisco “Pacho” Maturana.
Detrás del evento deportivo en sí, de un partido en concreto, detrás del espectáculo de sonidos, coros, bailes, banderas, colores, de multitudes rítmicamente agitadas, marco ideal del simple juego del futbol, se movía todo un mundo paralelo de colores con tintes oscuros persiguiendo y arruinando la pureza de lo que, para mucha gente, representa el deporte más bello del mundo, un mundo que resultará muy complicado de entender y, aún más, de controlar. El futbol, dentro y fuera de los estadios, es un movimiento social que mueve masas, canaliza conflictos de diferentes clases sociales y generacionales, mezcla contrastes raciales de diversos grupos y lugares y genera muchos intereses económicos.
Sobre la violencia en el deporte, el barone Pierre De Coubertin decía hace algo más de un siglo que “el deporte puede poner en juego las pasiones más nobles como las más viles, puede desarrollar el desinterés y el sentimiento del honor como el amor por la ganancia, puede ser caballeroso o corrupto, viril o bestial, finalmente se puede utilizar para consolidar la paz como para preparar la guerra”.
Si todo lo dicho lo mezclamos con el destino se obtendrá una sucesión infinita de eventos conectados entre sí que se influyen mutuamente y que nos llevarán a la noche del 1 al 2 de julio del 1994 cuando un jugador de la selección colombiana de futbol recibió seis balas en Medellín. Freddy Rincón dijo “fue un shock inmenso, amplificado por el hecho de que la víctima era Andrés. Si hubiera sucedido a Tino Asprilla o a René Higuita, que frecuentaban ciertos ambientes poco recomendables, habría sido igualmente terrible, pero menos inquietante”.
El autor del libro Locos por el futbol, Carlo Pizzigoni, dirá que “las investigaciones demostraron que Escobar no había sido seguido por nadie, y que ese no era el modus operandi de una ejecución decidida por el crimen organizado vinculada a la red de apuestas. Por supuesto, hubo amenazas y se aconsejó a los jugadores que no salieran a su regreso a Colombia, pero solo porque en un país donde te disparaban en un semáforo por una precedencia no dada, siempre existía el riesgo de tropezar con algún matón con una pistola en la mano. Todos los eventos deben ser incluidos en el contexto ambiental de la época”.
Aquella fatídica noche, en un parking cercano al restaurante El Indio de Medellín, el jugador fue reconocido e insultado por algunos aficionados por su error contra los Estados Unidos en el Mundial. Entre ellos había dos narcotraficantes David y Santiago Gallón Henao. La tensión aumentó hasta el punto de que se produjo un choque físico fuera del restaurante.
En ese momento intervino Humberto Muñoz Castro, conductor y guardaespaldas de los dos narcotraficantes, que tomó una ametralladora y sin previo aviso asesinó al futbolista con seis disparos. En menos de 24 horas y con el país sacudido por la muerte del atleta símbolo del fútbol colombiano, la policía arrestó a Muñoz Castro. El hombre admitió haber disparado a Escobar, pero precisó que nunca supo quién era el hombre que había matado. No hay rastro de venganza por las enormes sumas de dinero que los narcos perdieron en el negocio de las apuestas clandestinas por la victoria fallida de Colombia.
Unos días antes, Colombia perdía 2 a 1 contra la selección de USA, el equipo organizador del Mundial, y la derrota sellaba la matemática eliminación del torneo de los cafeteros en la fase de grupos, uno de los dos goles encajados pasó a la historia como uno de los goles en propia más nefastos de todos los mundiales y fue protagonizado por el desafortunado Andrés Escobar.
En el minuto 34 de la primera parte el estadounidense Harkes centra mal hacia el centro del área y a pesar de que no había nadie de sus compañeros, el portero se abre para poder intervenir en la jugada cuando al límite del área llega casi resbalando Andrés como queriendo despegar el balón o desviarlo hacia el córner. El portero está demasiado lejos para poder corregir aquel fallo y el balón rueda inexorable hacia la portería vacía. Los cafeteros se derrumbaron y no consiguieron darle la vuelta al marcador. En la segunda parte USA marcará el segundo. Inútil será el gol de Valencia al minuto 90.
Unos años antes, el más contundente entrenador italiano se quedó prendado del joven defensa de 22 años que había conseguido frenar a Van Basten y Massaro fue Arrigo Sacchi que quedó impresionado por aquel numero 2 el 17 diciembre del 1989 en Tokio en la ocasión de la Copa Intercontinental que enfrentaba al AC Milán y Corporación Deportiva Club Atlético Nacional.
El caballero de la cancha, el apodo de Andrés, nace el 13 de marzo del 1967 en el barrio de Calasanz en Medellín. Excelente persona tanto en los campos como en la escuela, su madre lo criará con una educación religiosa. Su muerte con tan solo 52 años por un tumor provocará en él un trauma que forjará su carácter y coraje que le facilitarán su dedicación en cumplir su sueño futbolístico.
Físico fibrado, rápido y fuerte de cabeza, pero, sobre todo, dotado de gran personalidad y valentía, cuando Maturana lo lanza de titular en el Atlético Nacional a los 20 años en 1987, no pierde el puesto y se convierte en uno de los intérpretes más importantes de la epopeya de Los Verdolagas, el equipo que, en pocos años, gracias también al dinero del otro Escobar, se convierte en una potencia futbolística mundial.
Sensible y atento hacia los pobres y a los más necesitados, no concibe la existencia de niños que no tengan recursos para estudiar así que financiará su ex escuela para que tenga bolsas de estudio para ellos. Hará una breve experiencia en Suiza con los Young Boys en el 1989 pero volverá a su casa para luego jugar con los cafeteros el mundial de Italia 90.
Bajo la guía de Fabio Capello, unos años después, el Milán decide fichar al joven Escobar antes del Mundial por el miedo a su posible subida de precio, pero no conseguirán encontrar un acuerdo y decidirán posponer la operación en el julio del 1994. El fichaje no se llevará a cabo nunca debido al trágico asesinato del mismo joven solo diez días después de su fatal autogol. Aquel Mundial del 1994 que debía consagrarlo en el panorama internacional sin embargo marcará su terrible y absurda sentencia de muerte.
¿Qué hubo realmente detrás de su muerte? Muchas teorías han intentado dar una explicación plausible pero solo analizando el tejido social de cada suceso se puede entender este trágico evento que marcará de negro la historia del futbol mundial para siempre.
Cuando "El Patrón", Pablo Escobar, es encontrado y asesinado por la policía colombiana el 2 de diciembre de 1993, la nación colombiana se encuentra desgarrada por la violencia, los atentados y una tasa de criminalidad sin control. Su muerte había desencadenado la lucha por la supremacía en el mercado de la cocaína. Sin embargo, se trata del país en el que, desde finales de los años 70, entra más dinero. Se estima que, en su apogeo, el cartel de Medellín dirigido por Pablo Emilio Escobar Gaviria mueve una cifra cercana a los 70 millones de dólares al día.
El dinero hace el camino inverso al polvo blanco, luego de Miami a Colombia. La única forma de poder limpiar esas montañas de dinero es blanquearlas. Así, pues, el juego del fútbol se convierte en una lavadora ideal para los Narcos que incrementaban su popularidad. El Patrón compra el Atlético Nacional de Medellín, justo el equipo en el que crece su homónimo Andrés. Acérrima rival del Atlético Nacional era la América de Cali de Miguel Rodríguez, uno de los fundadores junto a su hermano, del cartel de la ciudad homónima. Luego estaba "El Mexicano", José Gonzalo Rodríguez Gacha, jefe y brazo armado del cartel de Medellín, con los Millonarios de Bogotá.
Pablo Escobar era un apasionado de los futbolistas tanto que llegó a invitarlos a su rancho y festejar con ellos las victorias. Organizó hasta un partido con los cafeteros en el campo de La Catedral, la cárcel fortaleza de Medellín donde Pablo estaba retenido. Muchos futbolistas le estaban agradecidos, algunos más y otros menos, por lo que hacia por el club. Pero el señor del narcotráfico había sido asesinado y desde entonces las cosas cambiaron radicalmente.
Entre los cárteles de Cali y Medellín se desencadena una guerra sin precedentes por la sucesión al trono del "Mágico", una guerra que involucra a miles de civiles inocentes y que, en el verano de 1994, está más encendida que nunca. Para limpiar aún más las ganancias ilegales, ambos grupos apuestan enormes cantidades en el cambio de turno de Colombia a USA 94. Muchos incluso apuestan por el éxito final de los cafeteros. Pero no tuvieron en cuenta la imprevisibilidad del fútbol, la mala suerte y el talento del "Maradona de los Cárpatos" Gheorghe Hagi que marcará un tanto y dos goles de Raducioiu decretarán la derrota de los colombianos en el debut por 3 a 1.
En los meses previos al Mundial de USA 94 se registró el ascenso de Los Pepes, los perseguidos por Pablo Escobar. Una organización paramilitar vinculada a DEA y CIA, empeñada en la constante y sangrienta lucha contra el cartel de Medellín y que había pasado a primer plano por una serie de crímenes atroces contra los familiares y aliados del jefe y que, después de su muerte, bajo el mando de los hermanos Castaño, intentaba llevar a cabo otra lucha armada contra diferentes otros grupos armados del país.
El cartel de Cali empieza a servirse de la colaboración de los Pepes y en poco tiempo logra asumir el control del narcotráfico colombiano. El clima de terror que se genera en el país no perdona a nadie, ni siquiera a la selección de futbol que iba a los Estados Unidos con el objetivo de rescatar una imagen negativa de su país a nivel internacional. Aunque parece absurdo, en pocos meses, Colombia vuelve a pasar de ser un equipo revelación tras derrotar Argentina en su casa, con un rotundo 5 a 0 que les calificó al mundial y condenó los argentinos a otro partido clasificatorio contra Australia, encantando al mundo y generando sensaciones tremendamente positivas tanto que Pelé afirmará que “Colombia es mi favorita para ser campeón del mundo”, a ser un equipo con el miedo en la sangre.
El año previo al Mundial, siempre en Medellín, René Higuita, el portero de los desfiles espectaculares y de las salidas hasta la mitad del campo, había ido a la cárcel durante siete meses por haber hecho de intermediario al secuestro de la hija de un industrial. El dinero del rescate debía financiar la fuga del jefe Pablo Escobar. Finalmente, René en Estados Unidos no está y en su lugar juega Oscar Córdoba de la América de Cali, que hizo bien en las fases clasificatorias y en los años demostrará ser un buen portero a pesar de que sus mundiales serán desastrosos. Luego ocurren cosas inquietantes. A Luis Fernando Herrera, defensor del Atlético Nacional, 3 meses antes del Mundial, secuestran su hijo de 3 años. La demanda de rescate es enorme, y el futbolista también debe lanzar un desgarrador llamamiento en la televisión antes de que ocurra la liberación.
Después de la liberación de Humberto Muñoz Castro, la colera de la familia de Andrés no tardó en llegar. Darío Escobar, el padre de Andrés, afirmó: "Creo que en Colombia no hay justicia, para mí es solo un engaño, porque las personas y la familia son engañadas diciéndoles que fue condenado a 43 años de prisión, y luego este asesino es liberado después de 11 años". Su hermano, Santiago, decía: "Andrés encarnó este deporte como ningún otro futbolista, seguramente hoy sería un gran entrenador". John Jairo Carmona, su compañero en el Nacional, lo describe como un joven de pocas palabras que cuando jugaba se convertía en un líder: "En el campo se transformaba completamente, al final era lo que más hablaba de todos". Escobar tenía 27 años y estaba destinado a jugar en Italia, en el Milán, después de haberse convertido en una bandera del Atlético Nacional.
El caballero de la cancha, Andrés Escobar, murió dos veces, una en el campo y otra en su ciudad natal. Hoy, su nombre es recordado como un símbolo del fútbol y como una advertencia contra la violencia y la intolerancia. Víctima de una sociedad en búsqueda de valores de revancha y humanidad perdidos detrás el rastro del dinero sucio y corrupción. Su trágica historia sirve como un recordatorio de que, incluso en el mundo del deporte, las consecuencias de nuestras acciones pueden ser impredecibles y, a veces, trágicas.
Fausto Mangione // @serpicomangio // @serpico_81
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