El descenso del Atletico de Madrid
7 de mayo del 2000. Una fecha grabada a fuego en la memoria rojiblanca. El día en que el Atlético de Madrid tocó fondo.
El día en que el Calderón dejó de soñar y se asomó, incrédulo, al abismo de Segunda División. Un golpe seco, doloroso, que aún hoy escuece en los corazones atléticos.
La temporada 1999/2000 ya arrancó con nubarrones. Tras el fracaso de Arrigo Sacchi, Jesús Gil apostó por Claudio Ranieri, que venía de firmar buenos años en Valencia. Pero su aterrizaje fue todo menos firme: dudas tácticas, falta de identidad y una plantilla llena de talento pero sin rumbo. En portería, tras varias pruebas, el elegido fue Toni Jiménez, recién fichado del Espanyol.
El estreno liguero fue un presagio oscuro: derrota en casa por 0-2 frente al Rayo Vallecano. La segunda jornada ofreció un espejismo. Gol de Solari y ventaja en Anoeta… pero acabaron cayendo 4-2 ante la Real Sociedad. La tercera jornada, nuevo tropiezo en el Calderón ante el Celta. Y en la cuarta, un empate agridulce frente al Zaragoza.
La primera victoria llegó por fin contra el Racing, y tras encadenar tres triunfos consecutivos en casa, el Atlético parecía despertar. Y entonces llegó uno de los últimos momentos de alegría de aquella temporada: el 1-3 en el Santiago Bernabéu. Morientes adelantó al Real Madrid, pero dos goles de Hasselbaink y uno de José Mari firmaron una de esas gestas que en otro contexto se habría recordado como legendaria. El Atleti era décimo en la tabla. La afición soñaba con remontar el vuelo.
Pero lo que siguió fue una lenta y dolorosa caída. Derrotas, empates insulsos, y sobre todo, una crisis institucional devastadora. Jesús Gil fue imputado por fraude fiscal y el club pasó a estar intervenido por un administrador concursal. En los despachos reinaba el caos, y en el césped, la desesperación.
Claudio Ranieri no sobrevivió al temporal y fue destituido. Su lugar lo ocupó Radomir Antić, el técnico del doblete, que aceptó el reto de intentar salvar a un equipo hundido. Pero ni siquiera él pudo detener la hemorragia.
La puntilla llegó en la jornada 36, en el Carlos Tartiere. Un duelo directo por la salvación: el Atlético de Antić frente al Oviedo de Luis Aragonés. El conjunto azul ganaba 2-0 al descanso. Pero el Atleti, tirando de orgullo, logró empatar 2-2. Entonces, en el minuto 86, la historia se detuvo: penalti a favor del Atlético. Jimmy Floyd Hasselbaink, el goleador del equipo, tomó el balón. Lo lanzó. Y lo falló.
Aquel error fue el epitafio. El Atlético certificaba su descenso a Segunda División por primera vez en su historia.
Lo más doloroso es que el equipo no era una plantilla cualquiera. Había calidad para competir arriba: Molina en portería, Valerón, Hasselbaink, Solari, Chamot, Capdevila, Gamarra, Venturín, incluso el prometedor Filipauskas. Pero el talento sin estructura no basta. Ni el presupuesto ni los nombres impiden una tragedia cuando todo lo demás se tambalea.
Una semana más tarde, el mazazo final: derrota en la final de Copa del Rey ante el Espanyol por 2-1. El Atlético cerraba una de las temporadas más tristes de su historia con un doble golpe que parecía insuperable.
El infierno duró dos años. Fue en la temporada 2002/03 cuando, por fin, el Atlético regresó a Primera. Y a partir de ahí, con tropiezos y resurrecciones, empezó a escribir una nueva historia. Pero esa herida del año 2000 nunca se cerrará del todo. Porque ese descenso no fue solo una caída deportiva. Fue una lección. Una cicatriz imborrable que todavía enseña a los atléticos que, a veces, incluso los gigantes pueden caer.
Post Daniel Moreno // @dmtorrejon
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