El día que Figo fue el enemigo público Nº1
21 de octubre del 2000, Jornada 6 de Liga. No era un clásico más. Era el clásico. El que convirtió un partido de fútbol en una guerra emocional.
El que dinamitó la cordura y dejó claro que hay traiciones que el fútbol no olvida. Porque ese día volvía al Camp Nou un hombre que un año atrás era ídolo, bandera y capitán: Luís Figo, enfundado ahora en la camiseta blanca del Real Madrid.
El contexto era gasolina pura. El fichaje se cerró a golpe de cláusula: 10.000 millones de pesetas, una cifra escandalosa para la época, que retrataba algo más que un simple cambio de equipo. Fue un terremoto institucional. Joan Gaspart, recién estrenado presidente culé, quedó tocado desde el minuto uno. No solo perdía a su mejor jugador, perdía el alma del equipo y lo hacía, además, entregándola al eterno rival.
En Barcelona, Figo no era un jugador más. Era un símbolo. Querido, respetado, venerado. Lo adoraban por su fútbol, por su entrega… y sí, también por su declarada antipatía hacia el Real Madrid. Su marcha fue interpretada como una puñalada trapera, un acto imperdonable.
El Camp Nou fue un infierno. Desde horas antes del partido, el ambiente ya era irrespirable. En la megafonía, el speaker iba desgranando uno a uno los nombres de los jugadores de Vicente del Bosque. Pero cuando sonó el de Figo… el estadio estalló. Una pitada atronadora, de más de 112 decibelios, recibió al portugués. Una imagen ya icónica lo inmortalizó: tapándose los oídos, saludando al cielo con gesto tenso, como quien entra en territorio enemigo sabiendo que no saldrá ileso.
El partido fue un monólogo azulgrana. El Barça ganó 2-0 con autoridad y rabia. Pero el resultado fue casi anecdótico. Lo importante había ocurrido fuera del marcador. Figo no solo no hizo callar al Camp Nou. Se convirtió, ese día, en su enemigo eterno. Fue el traidor perfecto. El símbolo de lo imperdonable.
Años después, Figo explicó su marcha: “Sentí que no me valoraron lo suficiente”. Frase breve, casi inocente. Pero para muchos, insuficiente. Porque hay decisiones que marcan una vida. Y la de Figo, aquel 21 de octubre, dejó de ser la del ídolo… para ser la del villano.
Lo demás, es historia. Pero con cicatriz.
Post Daniel Moreno // @dmtorrejon
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