Cuando España avergonzó al deporte mundial


Del 18 al 29 de octubre del año 2000, la ciudad de Sídney se llenó de historias de superación. Los Juegos Paralímpicos reunieron a los mejores atletas del mundo con un objetivo noble: demostrar que no existen límites cuando hay voluntad. España, como siempre, acudió con su bandera y su promesa de dejarlo todo por el país… pero esta vez, no todo fue tan limpio como parecía.

El equipo español de baloncesto para discapacitados intelectuales dominó el torneo desde el primer minuto. Aplastaron a cada rival con una facilidad pasmosa, incluido a una potente Rusia en la final. Oro colgado al cuello. Sonrisas en la Villa Paralímpica. Portadas de periódico. Héroes nacionales. Pero detrás de esa medalla brillaba algo más que oro: brillaba la mentira.

Al poco de aterrizar en España, uno de los jugadores (Carlos Ribagorda, periodista de investigación infiltrado en el equipo) soltó la bomba: “No soy discapacitado. Y casi ninguno de mis compañeros lo es”. De los 12 jugadores, solo 2 cumplían con los requisitos reales para competir. El resto, perfectamente sanos, se había enfundado una camiseta para disputar unos Juegos que no les correspondían.


¿Cómo era posible? ¿Cómo coló algo así en la maquinaria internacional del deporte paralímpico? La respuesta era simple: complicidad desde arriba. La FEDDI (Federación Española de Deportes para Discapacitados Intelectuales), dirigida entonces por Fernando Vicente Martín, había falsificado certificados médicos, inventado informes, y construido una estructura diseñada para una sola cosa: ganar. A cualquier precio. Sin importar la ética. Sin importar la verdad.

El escándalo sacudió los cimientos del deporte español y paralímpico. El Comité Paralímpico Internacional actuó con contundencia: España fue despojada del oro, incluso los dos jugadores que sí eran discapacitados vieron sus medallas retiradas. Martín Vicente fue multado con apenas 5.400 euros y obligado a devolver más de 142.000 euros en subvenciones, en uno de los castigos más simbólicos que reales. La mancha ya era imborrable.

La confesión de Ribagorda no se quedó ahí. Reveló también que en el Mundial de Brasil de 1998 y en el Eurobasket de 1999 ya se había utilizado el mismo sistema fraudulento. Años de trampas institucionalizadas. Años de construir un palmarés manchado de vergüenza.


A raíz de todo, el COI y las federaciones endurecieron controles, pruebas y regulaciones. Pero el daño estaba hecho. España quedó fuera de las competiciones paralímpicas para discapacitados intelectuales durante más de una década. No por falta de talento, sino por falta de principios.

Hoy, más de 20 años después, ese oro sigue siendo un símbolo. No del triunfo, sino del precio que se paga cuando el deporte pierde su alma.

Post Daniel Moreno // @dmtorrejon

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