D.E.P Miguel Ángel Russo

Después de varios meses de angustia, el fútbol argentino perdió a uno de sus grandes. A los 69 años, Miguel Ángel Russo dijo basta. Se fue un tipo de los de antes, de los que vivieron el fútbol con el corazón, la palabra y la mirada. Murió con el chándal de Boca, como él quería.  

Su historia es la de un hombre que dedicó más de la mitad de su vida a dirigir. Una lesión en la rodilla lo obligó a retirarse a los 32 años, pero solo dos meses después ya estaba sentado en un banco de suplentes. Desde entonces, el fútbol fue su oficio, su pasión y su manera de estar vivo.

Como jugador, Russo solo vistió una camiseta: la de Estudiantes de La Plata. Pero como técnico fue un trotamundos incansable. Dirigió 16 equipos en 36 años: Lanús, Estudiantes, Rosario Central, Boca, Salamanca, Colón, Los Andes, Morelia, Vélez, Millonarios, Alianza Lima, Cerro Porteño, San Lorenzo, Racing y hasta Al Nassr en Arabia Saudita. Nunca le importó el nombre del club ni la categoría: para él, lo esencial era elegir once tipos y ponerlos a competir.


De carácter fuerte, paternalista y frontal, fue un entrenador de la vieja guardia, formado bajo la influencia de su ídolo Carlos Bilardo. Russo creía en el trabajo, la disciplina y la lealtad. Le ofrecieron dirigir selecciones varias veces, pero siempre lo rechazó: “Quiero estar todos los días con mis jugadores, no meses sí y meses no”, solía decir.

Su carrera estuvo marcada por los logros y las vueltas a la vida. Con Lanús consiguió el ascenso a Primera, y con Estudiantes repitió la hazaña en 1994, cuando devolvió al “Pincha” al lugar que merecía. Pero su gran amor, más allá de la cuna platense, fue Rosario Central. Allí vivió cinco etapas y todas con éxito. Logró clasificar al equipo a la Copa Conmebol de 1998, lo salvó del descenso en 2003, lo ascendió a Primera en 2011 y, ya en 2023, escribió su último gran capítulo: campeón de la Copa de la Liga Profesional, sin perder un solo clásico rosarino. En total dirigió 12 clásicos, con 7 victorias y 5 empates. Impecable.


Y si Rosario fue su casa, Boca Juniors fue su consagración. Su nombre quedó grabado en la historia xeneize por la Copa Libertadores 2007, la última del club, con Juan Román Riquelme en estado de gracia y un equipo que jugó a la medida de su técnico: orden, carácter y fe. “Pavada de privilegio”, decían algunos, al verlo compartir vitrina con Lorenzo y Bianchi.

Russo era un sobreviviente. En 2020, tras superar un cáncer, dijo: “La enfermedad no me quitó ni me dio nada, fue algo que tuve que vivir, y gracias al apoyo de los médicos pude salir adelante”. Aun así, en sus últimos años la enfermedad volvió, y aunque él insistió en seguir, el cuerpo le pidió frenar.

El 2 de agosto de 2024, Miguel Ángel Russo anunció su salida de Rosario Central por “motivos personales”. Todos sabían, sin decirlo, lo que realmente pasaba. Se iba con el deber cumplido y con la dignidad intacta.

Russo fue el último representante de una generación de entrenadores que hacían del fútbol una escuela de vida. Un tipo honesto, trabajador, de palabra. Un hombre que creyó que ganar importaba, pero enseñar valía más.

Boca y la gloria de la Libertadores

Su paso glorioso por Boca. Su otro gran impacto en el fútbol fue en Boca, club en el que dirigió en tres oportunidades. Se destaca, claro, su primer paso por el Xeneize, donde obtuvo la Copa Libertadores de 2007, en lo que hasta hoy representa el último título del máximo torneo continental, con un Juan Román Riquelme en modo Dios y un equipo que lo respaldó para ganar de manera incuestionable esa Libertadores, que a Miguelo lo puso en la galería de ilustres, compartiendo vitrina con Juan Carlos Lorenzo y Carlos Bianchi, pavada de privilegio.


En su regreso a Boca se lo notaba pleno y recuperado totalmente. "La enfermedad no me quitó ni me dio nada, fue algo por lo que tuve que vivir y gracias al apoyo de los médicos pude salir adelante", decía allá por 2020. En su último ciclo, sin embargo, las evidencias del regreso de cáncer fueron evidentes, como lo eran ya en Central y luego en San Lorenzo, de donde se desvinculó para cumplir su último sueño como entrenador, que quedó inconcluso, latente, esperando el próximo partido, que tristemente no se jugará.

Hoy el fútbol llora a uno de los suyos. A un técnico que vivió como dirigió: con entrega, con carácter, y con el corazón en la mano.

Jeremy Maldini 

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