Djalminha: el mago que convirtió la Liga en un espectáculo
Hubo una época en la Liga española en la que los mejores del mundo se daban cita cada fin de semana. Valencia, Real Madrid, Barcelona o Atlético tenían a sus estrellas rutilantes, pero había otro equipo más humilde donde una figura acaparaba todas las miradas: Djalminha, pura fantasía brasileña al servicio del Deportivo de La Coruña.
Djalma Feitosa Dias nació en São Paulo el 9 de diciembre de 1970. El fútbol le venía de familia: su padre, Djalma Dias, fue uno de los mejores centrales de la historia del fútbol brasileño. Desde niño, el pequeño Djalma respiró balón y arte. Se formó en las categorías inferiores del Flamengo, donde destacó por su talento y velocidad, y pronto despertó el interés de los grandes del Brasileirao. En 1995 dio el salto al Palmeiras, en plena era Parmalat, compartiendo vestuario con Cafú, Rivaldo, Flávio Conceição, Müller y Luizão. Aquel equipo fue una máquina: ganó el Campeonato Paulista de 1996, anotando la increíble cifra de 102 goles. Djalminha siempre diría que ese fue el mejor equipo en el que jugó.
Su talento lo llevó a la selección brasileña absoluta en 1997, con la que disputó la Copa América, que Brasil acabaría ganando. Con la canarinha jugó 17 partidos y marcó 4 goles, debutando oficialmente ese mismo año. Ese éxito abrió las puertas de Europa. En verano de 1997 llegó al Deportivo de La Coruña, un club que buscaba un salto de calidad y que lo encontró en aquel genio irreverente.
En Galicia se convirtió en el alma del Superdépor. Junto a Mauro Silva y Donato, formó un triángulo mágico: los veteranos limpiaban el barro y Djalminha pintaba el lienzo. En ese equipo también estaban Fran, Valerón y el Loco Abreu, todos bajo el mando de Javier Irureta. Su fútbol exquisito, elegante e imprevisible llevó al club a tocar el cielo con la Liga 1999/2000, el mayor hito en la historia del Deportivo y en la carrera del brasileño. En total, disputó 153 partidos oficiales con el Dépor, marcando 38 goles y dejando infinidad de asistencias y jugadas de ensueño.
Pero su temperamento, tan fuerte como su talento, acabaría pasándole factura. En 2002, tras una discusión con Irureta en un entrenamiento, le propinó un cabezazo al técnico, un incidente que lo apartó definitivamente del equipo. Fue cedido al Austria de Viena, donde ganó Liga y Copa, pero su alto salario impidió que se quedara. En 2003 fichó por el América de México, donde se retiró a los 34 años tras una carrera tan brillante como turbulenta.
Tras colgar las botas, Djalminha se convirtió en comentarista en ESPN Brasil y participó en torneos de fútbol indoor, donde volvió a vestir la camiseta del Deportivo, conquistando una Liga y una Supercopa con los gallegos.
Más allá de los títulos, Djalminha representó algo que el fútbol moderno ha ido perdiendo: el arte, la improvisación y la rebeldía. Era capaz de marcar un gol de tacón desde fuera del área, de regalar una rabona imposible o de cambiar un partido con una sola caricia al balón.
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