Adrian Newey : El Genio de las cuatro ruedas
En el deporte del motor hay muchas cosas que influyen en el espectáculo. Los pilotos son las estrellas del “circo”, sí, los que salen en las portadas y levantan las copas. Pero detrás, en ese backstage donde no llegan las cámaras, es donde realmente se cocina la magia: ingenieros, mecánicos, analistas de telemetría… Todos imprescindibles. Y por encima de todos ellos, el cerebro que decide la forma del coche, la filosofía de cada milímetro. Hoy hablamos del mejor ingeniero de la historia de la F1: Adrian Newey.
Adrian Martin Newey (Stratford-upon-Avon, 26 de diciembre de 1958) nació en una familia humilde. Su padre, apasionado del motor, le transmitió esa fascinación por las máquinas. Pero el camino no fue fácil: disléxico, tímido, retraído y zurdo, a los seis años aún no sabía escribir correctamente. Las monjas del colegio le obligaban a escribir con la derecha, y él se sentaba encima de la izquierda para que no le molestaran.
“Nunca me gustó el colegio… por eso en vacaciones me entretenía haciendo maquetas de Tamiya. Al principio imitaba diseños, pero un día empecé a crear los míos con aluminio y fibra de vidrio. Mi padre amaba los coches y decidí orientar mi vida hacia eso”, contaría más tarde.
A los 18 años ingresó en la Universidad de Southampton para estudiar aeronáutica y astronáutica. No eran precisamente sus pasiones, pero él lo entendió antes que nadie:
“No me interesaba mucho ni lo uno ni lo otro, pero sabía que los aviones estaban más cerca electrónicamente de los coches de carreras. Aeronáutica era el camino para entrar en la F1”.
Se graduó con honores y en 1980 fichó por el modesto equipo Fittipaldi Automotive como ingeniero junior y senior… porque era el único ingeniero que había.
En los primeros 80 pasó por March en Estados Unidos y Europa, pero su explosión llegó en Williams. Allí se convirtió en leyenda: nueve títulos mundiales, cuatro de pilotos y cinco de constructores entre 1991 y 1997. Sin embargo, también vivió su etapa más oscura: fue acusado de homicidio involuntario por la muerte de Ayrton Senna en 1994. Tras diez meses de juicio, fue absuelto en 1997. Aun así, el golpe emocional fue devastador:
“Me preguntaba si quería seguir en un deporte donde un piloto había muerto en un coche que yo diseñé. Me afectó tanto que perdí el poco pelo que me quedaba”.
Pero Newey, como todos los grandes, volvió. Y volvió para ganar. En 1998 se unió a McLaren y fue pieza clave en el reinado de Mika Häkkinen. En 2006 dio un paso inesperado: arriesgó por un proyecto joven, Red Bull Racing. Primero llegaron victorias sueltas. Luego, el dominio más absoluto: de 2010 a 2013 con Sebastian Vettel, y desde 2021 con Max Verstappen, alcanzando 118 victorias, 101 poles, 7 títulos de pilotos y 6 de constructores. Dos eras diferentes, mismo arquitecto.
Aunque estaba oficialmente retirado desde 2018, Red Bull seguía pagándole 10 millones al año. Pero en 2024 apareció la oferta que lo cambió todo: Lawrence Stroll lo convenció para unirse a Aston Martin con un contrato de 100 millones por cuatro años, 25 por temporada. Más que cualquier piloto. Más que nadie.
Newey ya trabaja en el coche de la nueva normativa, el proyecto que debería cambiarlo todo en 2026. Él mismo lo dijo al firmar: “La nueva normativa nos permite ilusionarnos de nuevo con el título. Intentaré hacer el mejor coche de la parrilla y darle a Fernando y a Lance el coche que merecen”.
Y claro, aquí surge la gran pregunta que todos tenemos en la cabeza: ¿Será Adrian Newey la pieza que convierta a Aston Martin y a Fernando Alonso en campeones del mundo en 2026… o estaremos ante el último gran intento imposible de la F1 moderna?
Os leemos. Y no os cortéis: este debate es de los buenos.
Artículo Daniel Moreno
Comentarios
Publicar un comentario