Rumbo al Mundial 2026: ALEMANIA 74´, ARGENTINA 78´... Y CRUYFF SE QUEDÓ SIN TROFEO
En la historia de los Mundiales hay capítulos épicos: goles en el último minuto, partidos míticos, jugadores legendarios y victorias que pudieron ser… y nunca fueron.
Y pocas duelen tanto como las de aquella selección neerlandesa que enamoró al mundo en los 70. Una generación irrepetible. Un equipo que no solo jugaba al fútbol: lo reinventó. Y aun así, jamás pudo tocar la gloria.
Holanda llegaba a Alemania 74 después de arrasar en la clasificación, liderando el grupo 3 ante Noruega, Bélgica e Islandia con 10 puntos. Y una vez comenzó el torneo, fue como si se abriera una cortina y todos descubrieran algo nuevo: el Fútbol Total. Rinus Michels en el banquillo y Johan Cruyff como general en el campo. Un equipo que presionaba alto antes de que existiera la palabra “presionar”, que ocupaba espacios con una precisión quirúrgica y que jugaba con una elegancia que parecía venir del futuro. Con Resenbrink, Neeskens, Suurbier o Rep, aquello no era un equipo: era una idea.
En la primera fase, en el grupo 3 junto a Uruguay, Bulgaria y Suecia, Holanda volvió a dominar con solvencia: líder con 5 puntos, sin una sola derrota. El mundo empezaba a sospechar que algo grande se estaba cocinando.
La segunda fase fue aún más impresionante. Encabezaron el grupo 1 por delante de Brasil, la Alemania Democrática y Argentina… y de paso firmaron una de las grandes exhibiciones de aquel Mundial: el 4-0 a Argentina, con doblete de Cruyff. Después vencieron 0-2 a Alemania Democrática y 2-0 a Brasil, pasando por encima de los campeones del mundo con una autoridad jamás vista. Holanda ya estaba en la primera final de su historia. Y parecía justo.
La final, en un Olímpico de Múnich abarrotado, tenía todos los ingredientes de un duelo legendario: Alemania Federal contra la Naranja Mecánica. Beckenbauer, Maier, Overath o Gerd Müller frente al equipo que estaba revolucionando el fútbol. Y Holanda golpeó primero: minuto 2, penalti. Neeskens. 0-1. Y lo más increíble: Alemania aún no había tocado la pelota.
Pero el fútbol, ese viejo caprichoso, decidió otro destino. Paul Breitner empató en el 25’ desde el punto de penalti, y justo antes del descanso, Gerd Müller (siempre Müller) marcó el 2-1. Holanda lo intentó, llevó el peso, propuso, atacó… pero el marcador no se movió. Aquella generación prodigiosa se quedó sin su Mundial.
Cuatro años después, en Argentina 78, volverían a intentarlo. Con muchas caras nuevas, pero con el mismo espíritu. Esta vez, sin Cruyff. El mito neerlandés, que debía ser de nuevo el líder, decidió finalmente no viajar. Años después confesó que detrás hubo un intento de secuestro a su familia y que eligió quedarse en casa para proteger a los suyos. Y aun así, sin su gran figura, Países Bajos volvió a plantarse en la final tras una brillante fase final en la que vapuleó 5-1 a Austria y eliminó a Italia en Rosario.
Pero otra vez el destino les cerró la puerta. Argentina, empujada por un país en ebullición, con Fillol, Ardiles, Luque y un Mario Kempes en modo leyenda (goleador y héroe absoluto) se llevó la final por 3-1 en la prórroga. Otra vez tan cerca. Otra vez tan lejos.
Dos finales consecutivas. Dos generaciones que marcaron una época. Dos veces a un paso del título. Y ninguna estrella en el pecho.
Y sin embargo, nadie olvida a aquella Holanda. Porque el fútbol no siempre corona al mejor, pero sí recuerda para siempre a quien lo hace más hermoso. Y la Naranja Mecánica de los 70 fue exactamente eso: belleza, innovación, rebeldía y una tristeza eterna que, paradójicamente, la hace aún más legendaria.
Artículo Daniel Moreno

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