Hablar de México 86 es hablar de Maradona. No hay escapatoria, ni la queremos. Porque aquel Mundial no fue un torneo: fue un escenario. Y en él, Diego subió al escenario más grande del planeta para entregar la mayor exhibición individual que jamás se vio en una Copa del Mundo. Así, sin exagerar. En tierras aztecas, "El Pelusa" jugó a un deporte que el resto aún estaba aprendiendo.Argentina llegaba con dudas, con críticas, con un país dividido futbolísticamente y arrastrando heridas sociales y políticas enormes… pero también llegaba con dos certezas: Bilardo en el banquillo y Diego en la cancha. Y con eso, como quedó demostrado, alcanzaba. Compartía el Grupo A con Italia, Bulgaria y Corea del Sur, terminando como líder con 5 puntos, pero más allá de los números, la sensación era clara: Maradona estaba empezando a hervir.
En octavos esperaba Uruguay, en Puebla. Partido durísimo, clásico rioplatense, trabado, de esos que huelen a sudor y tensión antes del pitido inicial. Lo resolvió Pasculli con un 1-0 que no pasará a la historia por su belleza, pero sí por su valor. Argentina seguía viva. Y Maradona, también. Y llegaron los cuartos de final ante Inglaterra, probablemente el partido que más capítulos tiene dentro del propio libro del fútbol: la guerra de las Malvinas aún reciente, las pulsaciones al límite, y un Diego absolutamente incendiado.
Tanto, que cuando sonaba el himno argentino y los ingleses silbaban, las cámaras captaron a Maradona murmurando un inconfundible “Hijos de puta”. Y ahí, ese instante, fue como si alguien hubiera encendido una mecha. Lo que vino después no fue fútbol: fue un acto cultural.
Maradona entra en la historia con la Mano de Dios. Travesura, picardía, maldad y genialidad en un solo gesto. Inglaterra protesta, Shilton grita, el árbitro señala el centro. Diego corre hacia la banda, mira al línea por si acaso… y sonríe. Era solo el aperitivo.
Minuto 55.
Probablemente, el mejor gol en la historia de los Mundiales. La obra maestra absoluta. Diego toma la pelota en el centro del campo, gira, deja a uno, a dos, a tres, a cuatro… a todos. Avanza como si el tiempo se doblara a su voluntad, llega ante Shilton, abre el pie pero define de punterita, como para terminar de humillar la física.
Y mientras tanto, Víctor Hugo Morales se convierte en leyenda: "Ahí la tiene Maradona… lo marcan dos… pisa la pelota Maradona… arranca por la derecha el genio del fútbol mundial…"
La narración que hizo llorar a un país entero.
No era solo fútbol, era redención, orgullo, revancha y belleza todo a la vez.En semifinales tocó Bélgica. Y otra vez, Diego. Otro doblete. Otra exhibición. Otro capítulo para el documental eterno. Argentina se metía en su segunda final mundialista después del 78. El sueño ya no era sueño: era destino.
La final ante Alemania fue la montaña rusa que todos recuerdan: 2-0, 2-2, el miedo en la garganta… y entonces Maradona, con tres alemanes encima, ve el hueco imposible y mete un pase que solo él podía ver. Burruchaga corre, define y consagra a un país entero.
México 86 no lo ganó Argentina. Lo ganó Diego Armando Maradona.Y Argentina fue testigo privilegiado. Aquel Mundial no fue un torneo. Fue una obra de arte. Y nosotros, como siempre, felices de volver a contarla.
Artículo Daniel Moreno
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