Maradona y Nápoles, una historia de amor


Muchos equipos han unido su suerte al talento de un jugador de fútbol, pero sólo una ciudad puede presumir de haber identificado con el orgullo, el cuerpo y el alma de la propia urbe, a Diego Armando Maradona. 

La historia del Nápoles, de la S.S.C. Napoli, está unida a la del Pelusa. Él fue el símbolo del equipo en la segunda mitad de la década de los 80. Es difícil explicar lo que Maradona significó aquellos años para todos los napolitanos. Solo el que haya estado alguna vez en Nápoles puede percibir la magnitud de este sentimiento. Desde su llegada a Nápoles, en 1984, la ciudad empezó a quererlo como un hijo. Unos años después, Maradona era también su héroe, el hombre que hizo famosa la ciudad y a su equipo de fútbol.


El club, fundado en el año 1926, nunca había ganado una liga italiana.  Sesenta años sin títulos eran demasiados y, poco antes de la llegada del diez, se necesitaba a alguien que pudiera llevar al Napoli, el club más importante de la tercera ciudad italiana en número de habitantes, hacia la cumbre del fútbol transalpino. Ese hombre sería Diego Armando Maradona, el futbolista que, sin embargo, trascendió los terrenos de juego, alcanzando una importancia social grandiosa: nunca un equipo del sur de Italia había ganado un Scudetto y lograr ganar a los poderosos equipos del norte, como la Juventus, el Milan y el Inter, era una asignatura pendiente de la Italia meridional.

Cuando Maradona llegó a la tierra del Vesubio ya era el mejor futbolista del mundo, aunque todavía no se había convertido en la leyenda que acabaría siendo. En 1984, el presidente de los napoletani, Corrado Ferlaino, logró adelantarse a la Juventus (que ya tenía a Platini en sus filas), gracias a la inversión de catorce millones de liras que realizó para llevar al Pelusa hasta Campania. El argentino, ídolo de Argentinos Juniors y Boca, se estaba recuperando de una mala experiencia en las filas del F.C. Barcelona.


Sin embargo, Diego se ganó rápidamente a los tifosi napoletani de San Paolo con su juego, al vestuario del equipo con su carisma y a toda la ciudad con su alma. En 1986, el Napoli terminó la temporada ya en tercer lugar, y el astro argentino viajó a México para disputar un Mundial que vencería y en el que asombraría al mundo con su juego. Pasó a la historia del fútbol en los cuartos de final, contra Inglaterra, gracias a los dos goles más famosos de toda su carrera: la mano de Dios y el gol del siglo, en el que dejó sentado a medio equipo rival, quedarían grabados en la retina de todos los aficionados al fútbol.

Volvió a Italia para seguir haciendo historia con un conjunto dirigido por Ottavio Bianchi, aderezado con una dosis de canteranos como Ciro Ferrara, y apoyado en jugadores de gran importancia como Salvatore Bagni y Claudio Garella. El 10 de mayo de 1987, el Vesubio estaba a punto de entrar en erupción: después de siglos de silencio, la ciudad rugió con la consecución del primer campeonato de su historia en más de sesenta años de historia azzurri.


El Scudetto del Nápoles supuso el rescate de una ciudad sumida en las guerras de bandas, el descontrol y afectada por catástrofes como el terremoto de Irpinia. Nápoles estaba en la cima del fútbol nacional. Ferlaino no se cansó del éxito y contrató a dos brasileños, un centrocampista llamado Alemao y a un delantero, Careca. Los azzurri quedaron segundos en la liga italiana durante dos temporadas consecutivas, y en 1989 consiguieron su primer éxito continental al ganar la Copa de la UEFA, superando en la final a los alemanes del Stuttgart.

Ese mismo verano se disputó el Mundial de Italia 90, y los cruces decidieron que Italia y Argentina se enfrentaran en semifinales. Nápoles, cómo no, quedó automáticamente dividida entre el amor a su ídolo y al equipo nacional. La albiceleste ganó en los penalties y las llamadas noches mágicas de la selección italiana llegaron a su fin.
Diego sigue presente en muchas partes de Nápoles: en los murales de las calles, en pequeñas estatuas repartidas por la ciudad, en los dulces elaborados artesanalmente con su imagen… Sigue vendiéndose su camiseta con el número 10.


Y es que mucha gente, no puede evitar pensar en Maradona siempre que piensa en Nápoles. Aún hoy, después de tantos años, no solo en Italia sino en el mundo entero, cuando un napolitano conoce a una persona se refiere a Diego Armando Maradona, para explicarle cómo es el lugar del que viene. Pocas veces un deportista ha quedado tan unido a una ciudad y pocos futbolistas pueden presumir de haber trascendido de tal modo en una región que vive su día a día bajo la influencia de una obsesiva tensión norte-sur. Bajo la feroz competencia en la se impuso el talento de Maradona, convirtiéndose para siempre en el ídolo, no solo de los hinchas napolitanos, sino de toda una ciudad. Nápoles es Maradona.



POST DANIEL MORENO

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