Cuando Luis Enrique era madridista
Hubo un tiempo en el que Luis Enrique no era “Lucho”, ni el técnico rebelde de las ruedas de prensa ni el seleccionador que pedía “streamings y presión alta”.
Hubo un tiempo en el que era simplemente Luis Enrique Martínez García, un chaval de Gijón que corría la banda del Santiago Bernabéu con la camiseta del Real Madrid. Y sí, aunque muchos lo olviden, o prefieran hacerlo, antes de ser ídolo en el Camp Nou, Luis Enrique fue jugador del Madrid.
Si hacemos memoria, nos vienen a la mente recuerdos de deportistas que identificábamos con unos colores y que acabaron traicionando esos colores para vestir los del eterno rival. Eso pasó con varios, pero el paradigma del “traidor” por excelencia en el fútbol español fue él: Luis Enrique Martínez. Hoy en TSO hablamos de “Lucho” y su etapa como madridista.
Luis Enrique inició su carrera futbolística en su Asturias natal, concretamente en Gijón, pasando por varios clubes de la ciudad hasta llegar con 11 años a las escuelas de Mareo, la cantera del Sporting de Gijón, en la temporada 1988/89. Fue avanzando por todas las categorías hasta que a mitad de la 89/90 debutó en Primera División con el CD Málaga a las órdenes de Ciriaco Cano. Permaneció dos temporadas en el primer equipo hasta que en junio de 1991 fichó por el Real Madrid a cambio de 250 millones de pesetas, su cláusula de rescisión.
Llegó al club blanco sin el brillo mediático de otros fichajes, pero con algo que el Bernabéu siempre ha sabido valorar: trabajo, intensidad y carácter. En sus primeros años, tanto con Radomir Antić como con Benito Floro, no terminó de explotar. Lo usaban como lateral o interior derecho, posiciones que no eran las suyas. Pero con Jorge Valdano todo cambió: pegado a la banda derecha, vivió su mejor etapa de blanco. En la temporada 1994/95 firmó 16 goles y ganó Liga, Copa y Supercopa, incluso marcando en aquel histórico 5-0 al Barcelona que el Madrid endosó al que más tarde sería su nuevo equipo.
En total, 213 partidos oficiales, 18 goles y tres títulos con la camiseta blanca. Pero más allá de los números, su historia fue una montaña rusa emocional. Luis Enrique siempre fue un jugador distinto, de los que no se esconden, protestan y corren hasta el último minuto aunque les piten. Y eso, en el Bernabéu, puede ser un don… o una condena.
En su último año (1995-96), el propio Luis Enrique lo contó sin rodeos en su documental “No tenéis ni p** idea”*: “Los primeros años fueron difíciles, pero me fui quedando. En el último, la relación con la afición se deterioró. Me pitaban en casa.”
Se sintió encasillado, limitado. “No quería seguir jugando solo en labores defensivas”, dijo años después. El club le ofreció una renovación con una cifra importante, pero Luis Enrique dijo no. Lo tenía claro: necesitaba libertad.
Cuando su representante abrió conversaciones con el FC Barcelona, el movimiento fue tan inesperado como polémico. El propio Luis Enrique lo reconoció: “El Barça me fichó, en parte, para dar por saco al Madrid.” El Barça lo fichó libre, y con ello nació una de las historias más peculiares del fútbol moderno: la de un jugador que fue capaz de vestir con orgullo las dos camisetas más opuestas del fútbol español.
Con Bobby Robson en el banquillo y Abelardo como compañero, firmó una primera temporada espectacular: 17 goles y títulos de Copa del Rey, Supercopa de España y Recopa de Europa. Pero fue con Van Gaal (97/98) cuando alcanzó su mejor versión, ya como centrocampista puro: 18 goles, Liga, Copa y Supercopa. Permaneció en el Camp Nou hasta 2004, jugando más de 300 partidos, marcando 123 goles y ganando una Liga, dos Copas del Rey, una Recopa y una Supercopa de la UEFA.
En el Barça encontró lo que en Madrid le faltó: cariño, comprensión y libertad. Celebraba los goles al Madrid con rabia, casi como una liberación. Y aunque en la capital muchos nunca le perdonaron, en Barcelona se ganó el respeto de todos.
Tras su última temporada irregular en el Barça, una racha de resultados grises lo llevó a firmar brevemente por el Racing de Santander, donde solo disputó un partido antes de retirarse. En total, fue internacional con España 62 veces, ganó un oro olímpico, jugó tres Mundiales y dos Eurocopas, y dejó una huella imborrable por su entrega.
Años después, como entrenador, replicó su misma esencia: intensidad, ritmo, exigencia y pasión colectiva. Ganó ligas, copas y una Champions, fiel a su filosofía: el equipo por encima del individuo, y la pelota como única estrella.
Y aunque alguna vez dijo en tono irónico: “Nunca entrenaría al Real Madrid… bueno, nunca digas nunca, pero es casi imposible”, su ADN rebelde y competitivo sigue intacto.
Al final, su paso por el Madrid fue el punto de partida de una historia que solo Luis Enrique podía escribir: la de un jugador que se fue entre pitos, pero siendo fiel a sí mismo. Y eso, en el fútbol y en la vida, vale más que mil aplausos.
Artículo Daniel Moreno
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